Capítulo 1: Amar al hombre que no nos ama
veo un corazón destrozado.
Tienes una historia que contar.
Víctima del amor;
es un papel muy fácil
y tú sabes representarlo
muy bien.
... Creo que sabes
a qué me refiero.
Caminas por la cuerda floja
del dolor y el deseo,
buscando el amor.
Era la primera sesión de Jill, y se veía indecisa. Vivaz y
menuda, con rizos rubios como los de la huerfanita Annie,
estaba sentada, muy tiesa, al borde de la silla, frente a mí.
Todo en ella parecía redondo: la forma de su cara, su figura
ligeramente rolliza y, en particular, sus ojos azules, que
observaban los títulos y certificados colgados en las paredes de
mi consultorio. Hizo algunas preguntas sobre mis estudios
universitarios y mi título de consejera y luego mencionó, con
visible orgullo, que estudiaba Derecho.
Hubo un breve silencio. Miró sus manos entrelazadas.
-Creo que será mejor que empiece a hablar de por qué
estoy aquí -dijo con rapidez, aprovechando el impulso de sus
palabras para ganar coraje-. Estoy haciendo esto... me refiero a
consultar a una terapeuta, porque soy realmente desdichada.
Es por los hombres, claro. Quiero decir, yo y los hombres.
Siempre hago algo que los aleja. Todo empieza bien.
Realmente me persiguen y todo eso, y después, cuando llegan
a conocerme... -se puso visiblemente tensa contra el dolor que
se avecinaba- ...todo se arruina.
Me miró, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas,
y prosiguió más lentamente.
-Quiero saber qué hago mal, qué tengo que cambiar en
mí... porque lo haré. Haré todo lo que sea necesario.
Realmente soy muy trabajadora. -Comenzaba a acelerarse otra
vez.- No es que no esté dispuesta. Es sólo que no sé por qué
siempre me pasa esto. Tengo miedo de involucrarme en otra
relación. Quiero decir, cada vez que lo hago, no hay más que
dolor. Comienzo a tener miedo de los hombres.
Meneó la cabeza, sus redondos rizos se balancearon, y
explicó con vehemencia:
-No quiero que eso suceda, porque estoy muy sola. En la
escuela de Derecho tengo muchas responsabilidades, y además
trabajo para mantenerme. Esas exigencias podrían
mantenerme ocupada todo el tiempo. De hecho, eso es
prácticamente lo único que hice el último año: trabajar, ir a las
clases, estudiar y dormir. Pero echaba de menos el hecho de
tener un hombre en mi vida.
Prosiguió con rapidez.
-Entonces conocí a Randy, mientras visitaba a unos amigos
en San Diego, hace dos meses. Es abogado, y nos conocimos
una noche en que mis amigos me llevaron a bailar. Bueno,
hicimos buenas migas de entrada. Había tanto de que hablar...
Salvo que creo que fui yo quien más habló. Pero a él parecía
gustarle eso. Además, era fantástico estar con un hombre que
se interesaba por cosas que para mí también eran importantes.
Jill frunció el entrecejo.
-Parecía realmente atraído hacia mí. Por ejemplo, me
preguntó si era casada (soy divorciada, desde hace dos años),
si vivía sola. Ese tipo de cosas.
Yo podía imaginar cómo debió notarse el entusiasmo de Jill
mientras conversaba alegremente con Randy por sobre la
música estrepitosa aquella primera noche. Y el entusiasmo con
que lo recibió una semana después, cuando él hizo un viaje por
trabajo a Los Angeles y lo extendió 160 kilómetros más para
visitarla. Durante la cena Jill le ofreció dejarlo dormir en su
apartamento para que pudiera postergar el largo viaje de
regreso hasta el día siguiente. Randy aceptó la invitación y el
romance se inició esa noche.
-Fue fantástico. Me dejó cocinar para él y realmente
disfrutaba que lo atendiera. Le planché la camisa antes de que
se vistiera, por la mañana. Me encanta atender a los hombres.
Nos llevábamos a las mil maravillas.
Jill sonrió con una expresión de añoranza. Pero al continuar
con su historia, resultó evidente que, casi de inmediato, se
había obsesionado por completo por Randy.
Cuando él llegó de regreso a su apartamento de San Diego,
el teléfono estaba sonando. Jill le informó con calidez que había
estado preocupada por su largo viaje y que la aliviaba saber
que había llegado bien. Cuando tuvo la impresión de que él
parecía un poco perplejo por su llamada, se disculpó por
haberlo molestado y colgó, pero un intenso malestar comenzó a
crecer en ella, atizado por la comprensión de que una vez más
sus sentimientos eran mucho más profundos que los del
hombre de su vida.
-Una vez Randy me dijo que no lo presionara o
simplemente desaparecería. Me asusté mucho. Todo dependía
de mí. Se suponía que debía amarlo y al mismo tiempo dejarlo
en paz. Yo no podía hacerlo: por eso me asustaba cada vez
más. Cuanto más miedo sentía, más perseguía a Randy.
Pronto, Jill comenzó a llamarlo casi todas las noches.
Habían acordado turnarse para llamar, pero a menudo, cuando
era el turno de Randy, se hacía tarde y Jill se inquietaba
demasiado para soportar la espera. De cualquier manera, no
podría dormir, de modo que lo llamaba. Esas conversaciones
eran tan vagas como prolongadas.
-Me decía que había olvidado llamarme, y yo le decía:
"¿Cómo puedes olvidarlo?" Después de todo, yo nunca lo
olvidaba. Entonces empezábamos a hablar de la razón por la
que él lo olvidaba, y parecía tener miedo de acercarse a mí y yo
quería ayudarlo a superar eso. Siempre decía que no sabía qué
quería en la vida, y yo trataba de ayudarlo a aclarar cuáles eran
las cosas importantes para él.
Fue así como Jill adoptó el papel de psiquiatra con Randy,
tratando de ayudarlo a estar más presente emocionalmente
para ella.
El hecho de que Randy no la quisiera era algo que Jill no
podía aceptar. Ella ya había decidido que Randy la necesitaba.
En dos oportunidades, Jill voló a San Diego para pasar el fin
de semana con él; en la segunda visita, él pasó el domingo
ignorándola, mirando televisión y bebiendo cerveza. Fue uno de
los peores días que ella podía recordar.
-¿Bebía mucho? -le pregunté. Pareció sorprendida.
-Bueno, no, no mucho. En realidad, no lo sé. Nunca lo
pensé. Claro que estaba bebiendo la noche en que lo conocí,
pero es natural. Después de todo, estábamos en un bar. A
veces, cuando hablábamos por teléfono, yo oía el tintineo del
hielo en un vaso y bromeaba al respecto... porque bebía solo y
esas cosas. En realidad, nunca estuve con él sin que bebiera,
pero simplemente supuse que le gustaba beber. Eso es normal,
¿no es cierto?
Hizo una pausa, pensativa.
- ¿Sabe? A veces, por teléfono, hablaba de una manera
rara, especialmente para un abogado. Parecía vago e
impreciso; olvidadizo, poco consistente. Pero nunca pensé que
eso sucedía porque estaba bebiendo. Creo que yo misma no me
permitía pensar en ello.
Me miró con tristeza.
- Tal vez sí bebía demasiado, pero debía de ser porque yo
lo aburría. Creo que simplemente yo no le interesaba lo
suficiente y él no deseaba estar conmigo. -Prosiguió con
ansiedad.- Mi esposo nunca quería estar conmigo... ¡eso era
obvio! -Se le llenaron los ojos de lágrimas al esforzarse por
continuar.- Mi padre, tampoco... ¿Qué tengo? ¿Por qué todos
sienten lo mismo por mí? ¿Qué es lo que hago mal?
Desde el instante en que Jill tomó conciencia de un
problema entre ella y alguien importante para ella, estuvo
dispuesta no sólo a tratar de resolverlo sino también a asumir
la responsabilidad por haberlo creado. Si Randy, su esposo y su
padre no la hablan amado, ella sentía que debía ser por algo
que ella había hecho o dejado de hacer.
Las actitudes, los sentimientos, la conducta y las
experiencias de vida de Jill eran típicas de una mujer para
quien estar enamorada significa sufrir. Ella exhibía muchas de
las características que tienen en común las mujeres que aman
demasiado. A pesar de los detalles específicos de sus historias y
luchas, ya sea que hayan soportado una larga y difícil relación
con un solo hombre o se hayan visto involucradas en una serie
de relaciones infelices con muchos hombres, las mujeres que
aman demasiado comparten un perfil común. Amar demasiado
no significa amar a demasiados hombres, ni enamorarse con
demasiada frecuencia, ni sentir un amor genuino demasiado
profundo por otro ser. En verdad, significa obsesionarse por un
hombre y llamar a esa obsesión "amor", permitiendo que ésta
controle nuestras emociones y gran parte de nuestra conducta
y, si bien comprendemos que ejerce una influencia negativa
sobre nuestra salud y nuestro bienestar, nos sentimos
incapaces de libramos de ella. Significa medir nuestro amor por
la profundidad de nuestro tormento.
Al leer este libro, es probable que usted se identifique con
Jill, o con otra de las mujeres cuyas historias encontrará aquí, y
quizá se pregunte si usted también es una mujer que ama
demasiado. Tal vez, aunque sus problemas con los hombres
sean similares a los de ellas, le cueste asociarse con los
"rótulos" que se aplican a los antecedentes de algunas de estas
mujeres. Todos tenemos fuertes reacciones emocionales ante
palabras como alcoholismo, incesto, violencia y adicci6n, y a
veces no podemos mirar nuestra vida con realismo porque
tememos que nos apliquen esos rótulos a nosotros o a los que
amamos. Es triste, pero nuestra incapacidad de usar las
palabras cuando sí son aplicables a menudo nos impide
conseguir ayuda adecuada. Por otro lado, esos temidos rótulos
pueden no ser aplicables en su vida. Es probable que su niñez
haya tenido problemas de naturaleza más sutil. Tal vez su
padre, al tiempo que proporcionaba un hogar económicamente
seguro, sentía un profundo rechazo y desconfianza hacia las
mujeres, y su incapacidad de amarla evitó que usted se amara
a sí misma. O quizá la actitud de su madre hacia usted haya
sido celosa y competitiva en privado aun cuando en público se
enorgulleciera de usted, de modo que usted terminó por
necesitar un buen desempeño para ganar su aprobación y, al
mismo tiempo, temer la hostilidad que su éxito generaba en
ella.
En este libro no podemos cubrir la miríada de formas en
que una familia puede ser disfuncional: eso requeriría varios
volúmenes de naturaleza bastante diferente. Sin embargo, es
importante entender que lo que todas las familias
disfuncionales tienen en común es la incapacidad de discutir
problemas de raíz. Quizá haya otros problemas que sí se
discuten, a menudo hasta el punto de saturación, pero con
frecuencia éstos encubren los secretos subyacentes que hacen
que la familia sea disfuncional. Es el grado de secreto -la
incapacidad de hablar sobre los problemas-, más que la
severidad de los mismos, lo que define el grado de
disfuncionalidad que adquiere una familia y la gravedad del
daño provocado a sus miembros.
Una familia disfuncional es aquella en que los miembros
juegan roles rígidos y en la cual la comunicación está
severamente restringida a las declaraciones que se adecuan a
esos roles. Los miembros no tienen libertad para expresar todo
un espectro de experiencias, deseos, necesidades y
sentimientos, sino que deben limitarse a jugar el papel que se
adapte al de los demás miembros de la familia. En todas las
familias hay roles, pero a medida que cambian las
circunstancias, los miembros también deben cambiar y
adaptarse para que la familia siga siendo saludable. De esa
manera, la clase de atención materna que necesita una criatura
de un año será sumamente inadecuada para un adolescente de
trece años, y el rol materno debe alterarse para acomodarse a
la realidad. En las familias disfuncionales, los aspectos
principales de la realidad se niegan, y los roles permanecen
rígidos.
Cuando nadie puede hablar sobre lo que afecta a cada
miembro de la familia individualmente y a la familia como
grupo -es más, cuando tales temas son prohibidos en forma
implícita (se cambia el tema) o explícita (" ¡Aquí no se habla de
esas cosas!")- aprendemos a no creer en nuestras propias
percepciones o sentimientos. Como nuestra familia niega la
realidad, nosotros también comenzamos a negarla. Y eso
deteriora severamente el desarrollo de nuestras herramientas
básicas para vivir la vida y para relacionarnos con la gente y las
situaciones. Es ese deterioro básico lo que opera en las mujeres
que aman demasiado. Nos volvemos incapaces de discernir
cuándo alguien o algo no es bueno para nosotros. Las
situaciones y la gente que otros evitarían naturalmente por
peligrosas, incómodas o perjudiciales no nos repelen, porque no
tenemos manera de evaluarlas en forma realista o
autoprotectora. No confiamos en nuestros sentimientos, ni los
usamos para guiamos. En cambio, nos vemos arrastradas hacia
los mismos peligros, intrigas, dramas y desafíos que otras
personas con antecedentes más sanos y equilibrados
naturalmente evitarían. Y por medio de esa atracción nos
dañamos más, porque gran parte de aquello hacia lo cual nos
vemos atraídas es una réplica de lo que vivimos mientras
crecíamos. Volvemos a lastimarnos una y otra vez.
Nadie se convierte en una mujer así, una mujer que ama
demasiado, por casualidad. Crecer como miembro femenino de
esta sociedad y en una familia así puede generar algunos
patrones previsibles. Las siguientes características son típicas
de las mujeres que aman demasiado, mujeres como Jill y, tal
vez, como usted.
1. Típicamente, usted proviene de un hogar disfuncional
que no satisfizo sus necesidades emocionales.
2. Habiendo recibido poco afecto, usted trata de compensar
indirectamente esa necesidad insatisfecha proporcionando
afecto, en especial a hombres que parecen, de alguna manera,
necesitados.
3. Debido a que usted nunca pudo convertir a su(s)
progenitor(es) en los seres atentos y cariñosos que usted
ansiaba, reacciona profundamente ante la clase de hombres
emocionalmente inaccesibles a quienes puede volver a intentar
cambiar, por medio de su amor.
4. Como la aterra que la abandonen, hace cualquier cosa
para evitar que una relación se disuelva.
5. Casi ninguna cosa es demasiado problemática, tarda
demasiado tiempo o es demasiado costosa si "ayuda" al
hombre con quien usted está involucrada.
6. Acostumbrada a la falta de amor en las relaciones
personales, usted está dispuesta a esperar, conservar
esperanzas y esforzarse más para complacer.
7. Está dispuesta a aceptar mucho más del cincuenta por
ciento de la responsabilidad, la culpa y los reproches en
cualquier relación.
8. Su amor propio es críticamente bajo, y en el fondo usted
no cree merecer la felicidad. En cambio, cree que debe ganarse
el derecho de disfrutar la vida.
9. Necesita con desesperación controlar a sus hombres y
sus relaciones, debido a la poca seguridad que experimentó en
la niñez. Disimula sus esfuerzos por controlar a la gente y las
situaciones bajo la apariencia de "ser útil".
10. En una relación, está mucho más en contacto con su
sueño de cómo podría ser que con la realidad de su situación.
11. Es adicta a los hombres y al dolor emocional.
12.Es probable que usted esté predispuesta
emocionalmente y, a menudo, bioquímicamente, para volverse
adicta a las drogas, al alcohol y/o a ciertas comidas, en
particular los dulces.
13. Al verse atraída hacia personas que tienen problemas
por resolver, o involucrada en situaciones que son caóticas,
inciertas y emocionalmente dolorosas, usted evita concentrarse
en su responsabilidad para consigo misma.
14. Es probable que usted tenga una tendencia a los
episodios depresivos, los cuales trata de prevenir por medio de
la excitación que proporciona una relación inestable.
15. No la atraen los hombres que son amables, estables,
confiables y que se interesan por usted. Esos hombres
"agradables" le parecen aburridos.
Jill tenía casi todas esas características, en mayor o menor
grado. Fue tanto porque ella encarnaba tantos de los atributos
mencionados como por cualquier otra cosa que ella me haya
dicho que sospeché que Randy podía tener un problema de
alcoholismo. Las mujeres que tienen esta clase de
características emocionales se ven atraídas una y otra vez hacia
hombres que son emocionalmente inaccesibles por una razón u
otra. La adicción es una forma primaria de ser emocionalmente
inaccesible.
Desde el comienzo, Jill estuvo dispuesta a aceptar más
responsabilidad que Randy por el inicio de la relación y por
mantenerla en marcha. Al igual que tantas otras mujeres que
aman demasiado, era obvio que Jill era una persona muy
responsable, una gran emprendedora que tenía éxito en
muchas áreas de su vida, pero que no obstante tenía muy poco
amor propio. La realización de sus objetivos académicos y
laborales no bastaba para equilibrar el fracaso personal que
soportaba en sus relaciones de pareja. Cada llamada telefónica
que Randy olvidaba hacer asestaba un duro golpe a la frágil
imagen que Jill tenía de sí misma, la cual ella luego se
esforzaba heroicamente por apuntalar tratando de obtener
alguna señal de cariño por parte de él. Su voluntad para
aceptar toda la culpa por una relación frustrada era típica, al
igual que su incapacidad de evaluar la situación con realismo y
de cuidarse abandonando la relación al hacerse evidente la falta
de reciprocidad.
Las mujeres que aman demasiado tienen poca
consideración por su integridad personal en una relación
amorosa. Dedican sus energías a cambiar la conducta o los
sentimientos de la otra persona hacia ellas mediante
manipulaciones desesperadas, tales como las costosas llamadas
de larga distancia y los vuelos a San Diego de Jill. (No
olvidemos que su presupuesto era sumamente limitado.) Sus
"sesiones terapéuticas" de larga distancia con él, más que un
intento de ayudarlo a descubrir quién era, eran un intento de
convertirlo en el hombre que ella necesitaba que fuera. En
realidad, Randy no quería ayuda para descubrir quién era. Si le
hubiera interesado ese viaje de autodescubrimiento, él mismo
habría hecho la mayor parte del trabajo en lugar de
permanecer pasivamente sentado mientras Jill trataba de
obligarlo a analizarse. Ella hacía esos esfuerzos porque su única
otra alternativa era reconocerlo y aceptarlo tal como era: un
hombre a quien no le importaban sus sentimientos ni la
relación.
Volvamos a la sesión de Jill para comprender mejor qué la
había llevado aquel día a mi consultorio. Ahora hablaba de su
padre.
-Era un hombre muy obstinado. Juré que algún día ganaría
una discusión con él.
Reflexionó un momento.
-Sin embargo, nunca lo logré. Tal vez sea por eso que me
dediqué al Derecho. ¡Me encanta la idea de discutir un caso y
ganar!
Esbozó una amplia sonrisa al pensarlo y luego volvió a
ponerse seria.
-¿Sabe lo que hice una vez? Lo obligué a decirme que me
quería, y a darme un abrazo.
Jill trataba de contarlo como una simple anécdota de sus
años adolescentes, pero no le salió así. Se percibía la sombra
de una niña herida.
-Jamás lo habría hecho si no lo hubiera obligado. Pero me
quería. Sólo que no podía demostrármelo. Nunca pudo volver a
decirlo. Por eso me alegro de haberlo obligado. Si no, nunca lo
habría oído decírmelo. Hacía años y años que esperaba eso. Yo
tenía dieciocho años cuando le dije: "Vas a decirme que me
quieres", y no me moví hasta que me lo dijo. Después le pedí
un abrazo y, en realidad, tuve que abrazarlo yo primero. Él
apenas me abrazó y me palmeó el hombro un poco, pero bastó.
Realmente necesitaba eso de él.
Las lágrimas habían vuelto, y esta vez rodaron por sus
redondas mejillas.
- ¿Por qué le costaba tanto hacerlo? Parece una cosa tan
básica poder decir a una hija que uno la quiere.
Volvió a contemplar sus manos entrelazadas.
-Lo intenté tanto... Tal vez por eso discutía y peleaba tanto
con él. Yo pensaba que si alguna vez ganaba, él tendría que
enorgullecerse de mí. Tendría que admitir que lo hacía bien. Yo
quería su aprobación, que supongo que significa su amor, más
que nada en el mundo...
Al hablar más con Jill, se volvió evidente que su familia
adjudicaba el rechazo por parte de su padre al hecho de que él
había querido un hijo varón y en cambio había tenido una hija
mujer. Esa explicación facilista de la frialdad de su padre hacia
ella era mucho más sencilla para todos, inclusive para Jill, que
aceptar la verdad sobre él. Pero después de un tiempo
considerable en terapia, Jill reconoció que su padre no tenía
lazos emocionales cercanos con nadie, que había sido
virtualmente incapaz de expresar amor, calidez o aprobación a
nadie en su esfera personal. Siempre había habido "razones"
para su contención emocional, tales como discusiones y
diferencias de opinión o hechos irreversibles, como el que Jill
fuera mujer. Cada miembro de la familia prefería aceptar esas
razones como válidas en lugar de examinar la calidad siempre
distante de sus relaciones con él.
En realidad, a Jill le costaba más aceptar la incapacidad
básica de amar de su padre que continuar culpándose a sí
misma. Mientras la culpa fuera suya, también habría
esperanzas... de que algún día ella pudiera cambiar lo
suficiente para provocar un cambio en él.
Es verdad en todos nosotros que cuando sucede algo
emocionalmente doloroso y nos decimos que la culpa es
nuestra, en realidad estamos diciendo que tenemos control
sobre ello: si nosotros cambiamos, el dolor desaparecerá. Esta
dinámica subyace a gran parte de la culpabilidad que se
adjudican las mujeres que aman demasiado. Al culpamos, nos
aferramos a la esperanza de que podremos descubrir lo que
estamos haciendo mal y corregirlo, controlando así la situación
y deteniendo el dolor.
Este patrón en Jill quedó bien en claro durante una sesión,
poco después, en la cual describía su matrimonio.
Inexorablemente atraída hacia alguien con quien pudiera
recrear el clima emocionalmente carente de su niñez con su
padre, su matrimonio fue una oportunidad de que volviera a
intentar ganar un amor reprimido.
Mientras Jill relataba cómo conoció a su esposo, recordé
una máxima que había oído de labios de un colega: La gente
hambrienta hace malas compras. Desesperadamente
hambrienta de amor y aprobación, y familiarizada con el
rechazo aunque nunca lo identificara como tal, Jill estaba
destinada a encontrar a Paul.
Me dijo:
-Nos conocimos en un bar. Yo había estado lavando mi ropa
en un lavadero público y salí unos minutos para ir al bar de al
lado, un lugar pequeño y barato. Paul estaba jugando al pool y
me preguntó si quería jugar. Le dije que sí, y así empezó todo.
Me invitó a salir. Le dije que no, que yo no salía con hombres
que conocía en los bares. Bien, me siguió hasta el lavadero y
siguió hablándome. Finalmente le di mi número telefónico y
salimos la noche siguiente.
"Usted no va a creer esto, pero terminamos viviendo juntos
dos semanas después. El no tenía dónde vivir y yo tenía que
dejar mi apartamento, de modo que conseguimos uno para los
dos. Nada en la relación era tan estupendo, ni el sexo, ni el
compañerismo, ni nada. Pero pasó un año y mi madre empezó
a ponerse nerviosa por lo que yo estaba haciendo, entonces
nos casamos.
Otra vez Jill sacudía sus rizos.
A pesar de ese comienzo casual, pronto se obsesionó.
Debido a que Jill había crecido tratando de enmendar todo lo
que estuviera mal, naturalmente trasladó ese patrón de
pensamientos y conducta a su matrimonio.
-Me esforzaba mucho. Quiero decir, realmente lo amaba y
estaba decidida a lograr que él también me amara. Yo sería la
esposa perfecta. Cocinaba y limpiaba como loca, y al mismo
tiempo trataba de ir a las clases. Gran parte del tiempo él no
trabajaba. Estaba por ahí o desaparecía varios días. Era un
infierno, la espera y el hecho de no saber nada de él. Pero
aprendí a no preguntar dónde había estado porque... -Vaciló y
cambió su posición en la silla.- Me cuesta admitir esto. Yo
estaba tan segura de que podía hacer que todo funcionara bien
si tan sólo me esforzaba lo suficiente, pero a veces me enojaba
después de que él desaparecía y entonces él me pegaba.
"Nunca había dicho esto a nadie. Siempre me sentí tan
avergonzada... Yo misma nunca me vi de esa manera, ¿sabe?
Como alguien que se dejaría pegar.
El matrimonio de Jill terminó cuando su esposo encontró
otra mujer en una de sus prolongadas ausencias del hogar. A
pesar de la angustia en que se había convertido su matrimonio,
Jill quedó desolada cuando Paul se marchó.
-Yo sabía que, fuera quien fuese esa mujer, era todo lo
que yo no era. En realidad podía ver por qué me había
abandonado Paul. Yo sentía que ya no tenía nada para
ofrecerle, ni a él ni a nadie. No lo culpaba por haberme dejado.
Me refiero a que, después de todo yo tampoco podía
soportarme.
Gran parte de mi trabajo con Jill consistió en ayudarla a
comprender el proceso de enfermedad en que había estado
inmersa durante tanto tiempo: su adicción a las relaciones
condenadas al fracaso con hombres emocionalmente
inaccesibles. El aspecto adictivo de la conducta de Jill en sus
relaciones puede compararse con el uso adictivo de una droga.
Al comienzo de sus relaciones había un período "alto" inicial,
una sensación de euforia y entusiasmo mientras ella creía que
al fin podrían satisfacerse sus más profundas necesidades de
amor, atención y seguridad emocional. Al creer eso, Jill se
volvía cada vez más dependiente del hombre y de la relación
para sentirse bien. Luego, al igual que un adicto que debe
consumir más droga cuando ésta produce menos efecto,
comenzaba a dedicarse a la relación con mayor intensidad ya
que ésta le proporcionaba menos satisfacción. En un intento de
conservar lo que una vez había parecido tan maravilloso, tan
prometedor, Jill acosaba servilmente a su hombre, pues
necesitaba más contacto, más consuelo, más amor, al tiempo
que recibía cada vez menos. Cuanto peor se volvía la situación,
más le costaba desembarazarse de ella debido a la profundidad
de su necesidad. No podía renunciar.
Jill tenía veintinueve años la primera vez que vino a verme.
Hacía siete años que su padre había muerto, pero se guía
siendo el hombre más importante de su vida. En cierto modo,
era el único hombre de su vida, porque en cada relación con
otro hombre por quien se sentía atraída, en realidad se
relacionaba con su padre, esforzándose aún por ganar el amor
de aquel hombre que no podía darlo debido a sus propios
problemas.
Cuando las experiencias de nuestra niñez son
particularmente dolorosas, a menudo nos vemos obligados
inconscientemente a recrear situaciones similares durante toda
la vida, en un impulso de obtener el control sobre ellas.
Por ejemplo, si nosotros, al igual que Jill, hemos amado y
necesitado a un progenitor que no nos correspondía, a menudo
nos comprometemos con una persona similar, o con una serie
de ellas, en la edad adulta, en un intento de "ganar" la vieja
lucha por ser amados. Jill personificaba esta dinámica al
sentirse atraída por un hombre inadecuado tras otro.
Hay un viejo chiste acerca de un miope que ha perdido sus
llaves a altas horas de la noche y las está buscando a la luz de
un farol callejero. Otra persona llega y se ofrece a ayudarlo a
buscarlas, pero le pregunta: "¿Está seguro de que las perdió
aquí?" El hombre responde: "No, pero aquí hay luz."
Jill, al igual que el hombre del chiste, buscaba lo que
faltaba en su vida, no donde tenía esperanzas de encontrarlo,
sino donde le resultaba más fácil buscarlo, ya que era una
mujer que amaba demasiado.
En este libro analizaremos qué es amar demasiado, por qué
lo hacemos y cómo podemos transformar nuestra forma de
amar en una forma más sana de relacionarnos. Volvamos a
examinar las características de las mujeres que aman
demasiado, esta vez una por una.
l. Típicamente, usted proviene de un hogar
disfuncional que no satisfizo sus necesidades
emocionales.
Tal vez la mejor manera de enfocar la comprensión de esta
característica sea comenzar por la segunda mitad: "... que no
satisfizo sus necesidades emocionales". Por necesidades
emocionales no entendemos solamente las necesidades de
amor y atención. Si bien ese aspecto es importante, más crítico
aun es el hecho de que sus percepciones y sentimientos hayan
sido, en su mayor parte, ignorados o negados en lugar de ser
aceptados y valorados. Un ejemplo: Los padres están peleando.
La hija tiene miedo. La hija pregunta a la madre: "¿Por qué
estás enojada con papá?" La madre responde: "No estoy
enojada", pero se ve furiosa y perturbada. Ahora la hija se
siente confundida, más temerosa, y dice: "Yo te oí gritar." La
madre responde, enfadada: "¡Te dije que no estoy enojada,
pero lo estaré si insistes con esto!" Ahora la hija siente miedo,
confusión, enojo y culpa. Su madre ha implicado que sus
percepciones son incorrectas, pero si eso es verdad, ¿de dónde
provienen esos sentimientos de miedo? Ahora la niña debe
elegir entre saber que tiene razón y que su madre le ha
mentido deliberadamente, o pensar que se equivoca en lo que
oye, ve y siente. A menudo se conforma con la confusión y deja
de expresar sus percepciones para no tener que experimentar
la aflicción de que se las invaliden. Eso deteriora la capacidad
de una niña de confiar en sí misma y en sus percepciones,
tanto en la niñez como en la edad adulta, especialmente en las
relaciones cercanas.
La necesidad de afecto también puede ser negada o
satisfecha en forma insuficiente. Cuando los padres están
peleando o atrapados en otro tipo de luchas, es probable que
quede poco tiempo y atención para los hijos. Eso hace que la
niña sienta hambre de amor y, al mismo tiempo, no sepa cómo
confiarlo o aceptarlo y se sienta inmerecedora de él.
Ahora bien, en cuanto a la primera parte de la característica
-provenir de un hogar disfuncional- los hogares disfuncionales
son aquellos en que se dan uno o más de los rasgos siguientes:
• abuso de alcohol y/u otras drogas (prescriptas o ilegales).
• conducta compulsiva como, por ejemplo, una forma
compulsiva de comer, de trabajar, limpiar, jugar, gastar,
hacer dieta, hacer gimnasia, etc.; estas prácticas son
conductas adictivas, además de procesos de enfermedad
progresivos. Entre muchos de sus efectos, alteran y evitan
el contacto sincero y la intimidad en una familia.
• maltrato del cónyuge y/o de los hijos.
• conducta sexual inapropiada por parte de uno de los
progenitores para con un hijo o hija, desde seducción
hasta incesto.
• discusiones y tensión constantes.
• lapsos prolongados en que los padres se rehúsan a
hablarse.
• padres que tienen actitudes o principios opuestos o que
exhiben conductas contradictorias que compiten por la
lealtad de los hijos.
• padres que compiten entre sí o con sus hijos.
• uno de los progenitores no puede relacionarse con los
demás miembros de la familia y por eso los evita
activamente, al tiempo que los culpa por esa efusividad.
• rigidez extrema con respecto al dinero, la religión, el
trabajo, el uso del tiempo, las demostraciones de afecto,
el sexo, la televisión, el trabajo de la casa, los deportes, la
política, etc. Una obsesión por alguno de esos temas
puede impedir el contacto y la intimidad, porque el énfasis
no se coloca en relacionarse sino en acatar las reglas.
Si uno de los progenitores exhibe alguno de estos tipos de
conducta u obsesiones, resulta perjudicial para el hijo. Si
ambos padres están atrapados en alguna de esas prácticas
nocivas, los resultados pueden ser más perjudiciales aun. A
menudo los padres practican tipos de patología
complementarios. Por ejemplo, una persona alcohólica a
menudo se casa con otra que come compulsivamente, y
entonces cada uno lucha por controlar la adicción del otro. Con
frecuencia, los padres también se equilibran mutuamente en
formas dañinas, cuando una madre abrumadora y
sobreprotectora está casada con un padre irascible que tiende
al rechazo, en realidad las actitudes y la conducta de cada uno
de ellos inducen al otro para continuar relacionándose con los
hijos en una forma destructiva.
Las familias disfuncionales presentan muchos estilos y
variedades, pero todas comparten un mismo efecto sobre los
hijos que crecen en ellas: esos hijos sufren cierto grado de
daño en su capacidad de sentir y relacionarse.
2. Habiendo recibido poco afecto, usted trata de
compensar indirectamente esa necesidad insatisfecha
proporcionando afecto, especialmente a hombres que
parecen, de alguna manera, necesitados.
Piense en cómo se comportan las criaturas, especialmente
las niñas, cuando les falta el amor y la atención que quieren y
necesitan. Mientras que un varón puede enfadarse y reaccionar
con una conducta destructiva y pelear, en una niña es más
frecuente que desvíe su atención hacia una muñeca preferida.
La acuna y la mima; al identificarse con ella en algún nivel, esa
niñita está haciendo un esfuerzo indirecto para recibir el afecto
y la atención que necesita. Al llegar a adultas, las mujeres que
aman demasiado hacen algo muy similar, sólo que tal vez en
forma ligeramente más sutil. En general, nos convertimos en
personas que proporcionamos afecto en la mayoría de las áreas
de nuestra vida, si no en todas. Las mujeres que provienen de
hogares disfuncionales (y especialmente, según he observado,
las que provienen de hogares alcohólicos) se encuentran en
enorme cantidad en las profesiones asistenciales, trabajando
como enfermeras, consejeras, terapeutas y asistentes sociales.
Nos vemos atraídas hacia los necesitados; nos identificamos
con compasión con su dolor y tratamos de aliviarlos para poder
disminuir el nuestro. El hecho de que los hombres que más nos
atraen sean aquellos que parecen necesitados tiene sentido si
entendemos que la raíz de esa atracción es nuestro propio
deseo de ser amadas.
Un hombre que nos atraiga no necesariamente tiene que
estar en bancarrota o tener mala salud. Quizá sea incapaz de
relacionarse bien con los demás, o puede ser frío y
desamorado, obstinado o egoísta, malhumorado o melancólico.
Tal vez sea un poco rebelde e irresponsable, o incapaz de
comprometerse o de ser fiel. O quizá nos diga que nunca ha
podido amar a nadie. Según nuestros propios antecedentes,
respondemos a distintas variedades de necesidad. Pero sin
duda respondemos, con la convicción de que ese hombre
necesita nuestra ayuda, nuestra compasión y nuestra sabiduría
para mejorar su vida.
3. Debido a que usted nunca pudo convertir a su(s)
progenitor(es) en los seres atentos y cariñosos que
usted ansiaba, reacciona profundamente ante la clase de
hombres emocionalmente inaccesibles a quienes puede
volver a intentar cambiar, por medio de su amor.
Quizá su lucha haya sido con uno solo de sus padres, quizá
con ambos. Pero lo que haya estado mal, lo que haya faltado o
haya sido doloroso en el pasado es lo que usted está tratando
de corregir en el presente.
Ahora comienza a ser evidente que sucede algo muy nocivo
y frustrante. Sería bueno que trasladáramos toda nuestra
compasión, nuestro apoyo y comprensión a relaciones con
hombres sanos, hombres con quienes hubiera alguna esperanza
de satisfacer nuestras propias necesidades. Pero no nos atraen
los hombres sanos que podrían damos lo que necesitamos. Nos
parecen aburridos. Nos atraen los hombres que reproducen la
lucha que soportamos con nuestros padres, cuando tratábamos
de ser lo suficientemente buenas, cariñosas, dignas, útiles e
inteligentes para ganar el amor, la atención y la aprobación de
aquellos que no podían darnos lo que necesitábamos, debido a
sus propios problemas y preocupaciones. Ahora funcionamos
como si el amor, la atención y la aprobación no tuvieran
importancia a menos que podamos obtenerlos de un hombre
que también es incapaz de dárnoslos, debido a sus propios
problemas y preocupaciones.
4. Como la aterra que la abandonen, hace cualquier
cosa para evitar que una relación se disuelva.
“Abandono” es una palabra muy fuerte. Implica ser
dejadas, posiblemente para morir, porque quizá no podamos
sobrevivir solas. Hay abandono literal y abandono emocional.
Todas las mujeres que aman demasiado han experimentado por
lo menos un profundo abandono emocional, con todo el terror y
el vacío que eso implica. Como adultas, el hecho de ser
abandonadas por un hombre que representa en tantos aspectos
a aquellas personas que nos abandonaron primero hace aflorar
una vez más todo ese terror. Claro que haríamos cualquier cosa
por evitar sentir eso otra vez. Esto nos lleva a la siguiente
característica.
5. Casi ninguna cosa es demasiado problemática,
tarda demasiado tiempo o es demasiado costosa si
"ayuda" al hombre con quien usted está involucrada.
La teoría que subyace a toda esa ayuda es que, sí da
resultado, el hombre se convertirá en todo lo que usted
necesita que sea, lo cual significa que usted ganará esa lucha
para obtener lo que ha deseado durante tanto tiempo.
Por eso, mientras que a menudo somos frugales e incluso
austeras para con nosotras mismas, llegaremos a cualquier
extremo para ayudarlo a él. Algunos de nuestros esfuerzos por
él incluyen lo siguiente:
• comprarle ropa para mejorar la imagen que tiene de sí
mismo.
• encontrarle un terapeuta y rogarle que vaya a verlo.
• Financiar hobbies costosos para ayudarlo a aprovechar
mejor su tiempo.
• soportar perturbadoras reubicaciones geográficas porque
"él no es feliz aquí".
• darle la mitad o el total de nuestras propiedades y
posesiones para que no se sienta inferior a nosotras.
• proporcionarle un lugar donde vivir para que se sienta
seguro.
• permitir que abuse de nosotras emocionalmente porque
"antes nunca le dejaron expresar sus sentimientos".
• encontrarle empleo.
Esta es solamente una lista parcial de las maneras en que
tratamos de ayudar. Rara vez cuestionamos lo apropiado de
nuestras acciones a favor de él. De hecho, gastamos mucho
tiempo y energías tratando de idear nuevos enfoques que
podrían funcionar mejor que los que ya hemos probado.
6. Acostumbrada a la falta de amor en las relaciones
personales, usted está dispuesta a esperar, conservar
esperanzas y esforzarse más para complacer.
Si otra persona con antecedentes distintos se encontrara en
nuestras circunstancias, sería capaz de decir: "Esto es horrible.
No seguiré haciéndolo más." Pero nosotras suponemos que, si
no da resultado y no somos felices, hay algo que no hemos
hecho bien. Vemos cada matiz de conducta como algo que
quizás indique que nuestra pareja finalmente está cambiando.
Vivimos con la esperanza de que mañana será diferente.
Esperar que él cambie en realidad es más cómodo que cambiar
nosotras y nuestra propia vida.
7. Está dispuesta a aceptar mucho más del cincuenta
por ciento de la responsabilidad, la culpa y los reproches
en cualquier relación.
A menudo aquellas que provenimos de hogares
disfuncionales tuvimos padres irresponsables, inmaduros y
débiles. Crecimos con rapidez y nos convertimos en pseudoadultas
mucho tiempo antes de estar listas para la carga que
suponía ese rol. Pero también nos complacía el poder que nos
conferían nuestra familia y los demás. Ahora, como adultas,
creemos que depende de nosotras hacer que nuestras
relaciones funcionen bien, y a menudo formamos equipo con
hombres irresponsables que nos culpan y contribuyen a nuestra
sensación de que todo realmente depende de nosotras. Somos
expertas en llevar esa carga.
8. Su amor propio es críticamente bajo, y en el fondo
usted no cree merecer la felicidad. En cambio, cree que
debe ganarse el derecho de disfrutar la vida.
Si nuestros padres no nos encuentran dignas de su amor y
atención, ¿cómo podemos creer que realmente somos buenas
personas? Muy pocas mujeres que aman demasiado tienen la
convicción, en el centro de su ser, de que merecen amar y ser
amadas simplemente porque existen. En cambio, creemos que
albergamos terribles defectos o fallas y que debemos hacer
buenas obras para compensarlos. Vivimos sintiéndonos
culpables por tener esas deficiencias y temerosas de que nos
descubran. Nos esforzamos mucho en tratar de parecer buenas,
porque no creemos serlo.
9. Necesita con desesperación controlar a sus
hombres y sus relaciones, debido a la poca seguridad
que experimentó en la niñez. Disimula sus esfuerzos por
controlar a la gente y las situaciones bajo la apariencia
de "ser útil".
Al vivir en cualquiera de los tipos más caóticos de familia
disfuncional, como una familia alcohólica, violenta o incestuosa,
es inevitable que una niña sienta pánico por la falta de control
de la familia. No puede contar con las personas de las que
depende porque están demasiado enfermas para protegerla. De
hecho, a menudo esa familia constituye una fuente de
amenazas y daño más que la fuente de seguridad y protección
que ella necesita. Debido a que esa clase de experiencia es tan
abrumadora, tan devastadora, aquellas que hemos sufrido en
esa forma buscamos cambiar posiciones, por así decirlo. Al ser
fuertes y útiles para los demás nos protegemos del pánico que
surge al estar a merced de otro. Necesitamos estar con gente a
quien podamos ayudar, a fin de sentirnos seguras y bajo
control.
10. En una relación, está mucho más en contacto con
su sueño de cómo podría ser que con la realidad de la
situación.
Cuando amamos demasiado vivimos en un mundo de
fantasía, donde el hombre con quien somos tan infelices o
estamos tan insatisfechas se transforma en lo que estamos
seguras de que puede llegar a ser, y en lo que se convertirá
con nuestra ayuda. Dado que sabemos tan poco cómo es ser
feliz en una relación y tenemos muy poca experiencia en el
hecho de que alguien a quien queremos satisfaga nuestras
necesidades emocionales, ese mundo de ensueño es lo más que
nos atrevemos a acercarnos a tener lo que queremos.
Si ya tuviéramos a un hombre que fuera todo lo que
quisiéramos, ¿para qué nos necesitaría? Y todo ese talento (y
compulsión) para ayudar no tendría dónde operar. Una parte
importante de nuestra identidad estaría desempleada. Por eso
elegimos un hombre que no es lo que queremos... y seguimos
soñando.
11. Es adicta a los hombres y al dolor emocional.
Según las palabras de Stanton Peele, autor de Amor y
adicción: "Una experiencia adictiva es aquella que absorbe la
conciencia de una persona y, al igual que los analgésicos, alivia
su sensación de ansiedad y dolor. Quizá no haya nada tan
bueno para absorber nuestra conciencia como una relación
amorosa de cierta clase. Una relación adictiva se caracteriza
por un deseo de tener la presencia tranquilizadora de otra
persona... El segundo criterio es que disminuye la capacidad de
una persona para prestar atención a otros aspectos de su vida
y para ocuparse de los mismos."
Usamos nuestra obsesión con los hombres a quienes
amamos para evitar nuestro dolor, vacío, miedo y furia.
Usamos nuestras relaciones como drogas, para evitar
experimentar lo que sentiríamos si nos ocupáramos de nosotras
mismas. Cuanto más dolorosas son nuestras interacciones con
nuestro hombre, mayor es la distracción que nos proporcionan.
Una relación verdaderamente horrible cumple para nosotras la
misma función que una droga fuerte. No tener un hombre en
quien concentrarnos es como suspender el consumo de una
droga, a menudo con muchos de los mismos síntomas físicos y
emocionales que acompañan la verdadera suspensión de una
droga: náuseas, sudor, escalofríos, temblor, ansiedad, una
forma obsesiva de pensar, depresión, imposibilidad de dormir,
pánico y ataques de angustia. En un esfuerzo por aliviar esos
síntomas, volvemos a nuestra última pareja o buscamos una
nueva con desesperación.
12. Es probable que usted esté predispuesta
emocionalmente y, a menudo, bioquímicamente, para
volverse adicta a las drogas, al alcohol y/o a ciertas
comidas, en particular los dulces.
Esto se aplica especialmente a muchas mujeres que aman
demasiado que son hijas de adictos a cierta sustancia. Todas
las mujeres que aman demasiado cargan con la acumulación
emocional de experiencias que podrían llevarlas a abusar de
sustancias que alteran la mente a fin de escapar de sus
sentimientos. Pero los hijos de padres adictos tienden a heredar
una predisposición genética de desarrollar sus propias
adicciones.
Tal vez porque el azúcar refinada es casi idéntica en su
estructura molecular al alcohol etílico, muchas hijas de
alcohólicos desarrollan una adicción a ella y adquieren una
forma compulsiva de comer. El azúcar refinada no es una
comida sino una droga. No tiene valor alimenticio; sólo calorías
vacías. Puede alterar en forma dramática la química cerebral y
es una sustancia altamente adictiva para mucha gente.
13. Al verse atraída hacia personas que tienen
problemas por resolver, o involucrada en situaciones que
son caóticas, inciertas y emocionalmente dolorosas,
usted evita concentrarse en su responsabilidad para
consigo misma.
Si bien somos muy buenas para intuir lo que otra persona
siente o para descubrir lo que otra persona necesita o debería
hacer, no estamos en contacto con nuestros propios
sentimientos y somos incapaces de tomar decisiones acertadas
en aspectos importantes de nuestra vida que son problemáticos
para nosotras. A menudo no sabemos en realidad quiénes
somos, y el hecho de estar enredadas en problemas dramáticos
nos impide tener que detenernos a averiguarlo.
Nada de esto significa que no podamos emocionarnos.
Podemos llorar y gritar y aullar. Pero no somos capaces de usar
nuestras emociones para guiarnos en la tarea de tomar las
decisiones necesarias e importantes en nuestra vida.
14. Es probable que usted tenga una tendencia a los
episodios depresivos, los cuales trata de prevenir por
medio de la excitación que le proporciona una relación
inestable.
Un ejemplo: una de mis pacientes, que tenía antecedentes
de depresión y estaba casada con un alcohólico, comparaba la
vida con él a tener un accidente automovilístico todos los días.
Los terribles altibajos, las sorpresas, las maniobras, lo
imprevisible y la inestabilidad de la relación presentaba en
forma acumulativa una conmoción constante y diaria para su
sistema. Si usted alguna vez tuvo un accidente automovilístico
en el cual no sufrió heridas graves, quizás haya experimentado
una sensación de euforia un día o dos después del accidente.
Eso se debe a que su cuerpo sufrió una conmoción extrema y
de pronto tuvo cantidades inusualmente altas de adrenalina.
Esa adrenalina explica la euforia. Si usted es alguien que lucha
con la depresión, inconscientemente buscará situaciones que la
mantengan excitada, en forma muy similar al accidente
automovilístico (o al matrimonio con un alcohólico), a fin de
mantenerse demasiado eufórica para deprimirse.
La depresión, el alcoholismo y los desórdenes en la comida
están estrechamente relacionados y parecen tener una
conexión genética. Por ejemplo, la mayoría de las anoréxicas
con quienes he trabajado y muchas de mis pacientes con
problemas de depresión tenían por lo menos un progenitor
alcohólico. Si usted proviene de una familia alcohólica, tiene
doble probabilidad de tener problemas de depresión, debido a
su pasado y a su herencia genética. Es irónico, pero la
excitación de una relación con alguien que padezca esa
enfermedad puede ejercer una fuerte atracción en usted.
15. No la atraen los hombres que son amables,
estables, confiables y que se interesan por usted. Esos
hombres "agradables" le parecen aburridos.
El hombre inestable nos resulta excitante; el hombre que
no es con fiable nos parece un desafío; el hombre imprevisible,
romántico; el hombre inmaduro, encantador; el hombre
malhumorado, misterioso. El hombre furioso necesita nuestra
comprensión. El hombre desdichado necesita nuestro consuelo.
El hombre inadecuado necesita nuestro aliento, y el hombre frío
necesita nuestra calidez. Pero no podemos "arreglar" a un
hombre que está bien tal como es, y si es amable y nos quiere
tampoco podemos sufrir. Lamentablemente, si no podemos
amar demasiado a un hombre, por lo general, no podemos
amarlo.
En los capítulos siguientes, cada una de las mujeres que
usted conocerá tienen, al igual que Jill, una historia que contar
acerca de amar demasiado. Quizá sus historias la ayuden a
comprender los patrones de su propia vida con mayor claridad.
Entonces también podrá emplear las herramientas dadas hacia
el final del libro para cambiar esos patrones y transformarlos en
una nueva configuración de auto- realización, amor y alegría.
Este es mi deseo para usted.