Capítulo 3: "La necesidad de ser necesitadas"
Es una mujer de buen corazón
enamorada de un oportunista;
lo ama a pesar de sus modales
perversos que ella no entiende.
Mujer de buen corazón
"No sé cómo lo hace todo. Yo me volvería loca si tuvieraque soportar todo lo que soporta ella."
"¡Y nunca la oí quejarse!"
"¿Por qué lo tolera?"
"De todos modos, ¿qué ve en él? Podría llevar una vida
mucho mejor."
La gente tiende a decir esta clase de cosas sobre una mujer
que ama demasiado, al observar lo que parecen ser sus nobles
esfuerzos por mejorar una relación aparentemente insatisfactoria. Pero las pistas que permiten explicar el misterio
de su devoto apego por lo general se pueden encontrar en las
experiencias que tuvo cuando niña: La mayoría de nosotras
crecemos y continuamos en los roles que adoptamos en
nuestra familia de origen. Para muchas mujeres que aman
demasiado, esos roles a menudo implicaban negar nuestras
propias necesidades e intentar satisfacer las de otros miembros
de la familia. Tal vez las circunstancias nos obligaron a crecer
demasiado rápido, a asumir prematuramente responsabilidades
de adultas porque nuestra madre o nuestro padre estaban
demasiado enfermos física o emocionalmente para cumplir con
sus funciones propias. O quizás alguno de nuestros padres
estuvo ausente debido a su muerte o a un divorcio y nosotras
tratamos de tomar su lugar, ayudando a cuidar tanto a
nuestros hermanos como al progenitor que nos quedaba. Tal
vez nos convertimos en la madre de la familia mientras nuestra
madre trabajaba para mantenemos. O quizá vivimos con ambos
padres, pero debido a que uno de ellos estaba furioso o
frustrado o infeliz y el otro no reaccionaba a eso con apoyo, nos
encontramos en el rol de confidentes, oyendo detalles de su
relación que eran demasiada carga para que pudiéramos
manejarla emocionalmente. Escuchábamos porque teníamos
miedo de las consecuencias que podrían aquejar al progenitor
que sufría si no lo hacíamos, y miedo de la pérdida de amor si
no cumplíamos el rol que nos había tocado en suerte. Por eso
no nos protegíamos, y nuestros padres tampoco nos protegían,
porque necesitaban vernos más fuertes de lo que éramos en
realidad. Si bien éramos demasiado inmaduras para esa
responsabilidad, terminamos protegiéndolos a ellos. Al ocurrir
esto, aprendimos a edad demasiado temprana y demasiado
bien a cuidar a todos menos a nosotras mismas. Nuestra propia
necesidad de amor, atención, cariño y seguridad quedó
insatisfecha mientras fingíamos ser más poderosas y menos
temerosas, más adultas y menos necesitadas, de lo que
realmente nos sentíamos. Y habiendo aprendido a negar
nuestro propio anhelo de que nos cuidaran, crecimos buscando
más oportunidades de hacer lo que habíamos aprendido a hacer
tan bien: preocuparnos por las necesidades y exigencias de los
demás en lugar de admitir nuestro miedo, nuestro dolor y
nuestras necesidades insatisfechas. Hace tanto tiempo que
fingimos ser adultas, que pedimos tan poco y hacemos tanto, que ahora nos parece demasiado tarde para esperar nuestro
turno, entonces seguimos ayudando, con la esperanza de que
nuestro miedo desaparecerá y nuestra recompensa será el
amor.
La historia de Melanie viene al caso como ejemplo de la
manera en que el hecho de crecer demasiado rápido con
demasiadas responsabilidades -en este caso, la de reemplazar
a un progenitor ausente- puede crear una compulsión de
atender a los demás.
El día en que nos conocimos, al terminar una charla que yo
había dado a un grupo de estudiantes de enfermería, no pude
evitar notar que su rostro era un estudio en contrastes. La nariz
pequeña y respingada, con sus pecas, y las mejillas con
profundos hoyuelos y muy blancas le daban un atractivo aire
travieso. Esos rasgos vivaces parecían fuera de lugar en el
mismo semblante que revelaba ojeras tan oscuras bajo sus
claros ojos grises. Desde debajo de su cabello castaño
ondeado, parecía un duende pálido y cansado.
Había esperado a un lado mientras yo conversaba durante
bastante tiempo con cada uno de los estudiantes que se habían
quedado luego del fin de mi conferencia. Tal como sucedía a
menudo siempre que tocaba el tema de la enfermedad familiar
del alcoholismo, varios estudiantes querían hablar de
cuestiones demasiado personales para plantearlas en el período
de preguntas y respuestas siguiente a mi exposición.
Cuando se marchó el último de sus compañeros, Melanie
me permitió un momento de descanso; luego se presentó y
estrechó mi mano con calidez y firmeza sorprendentes en
alguien tan menudo y delicado como ella.
Había esperado tanto tiempo y con tanta paciencia para
hablar conmigo que, a pesar de su aparente seguridad,
sospeché que la conferencia de esa mañana había tocado en
ella un sentimiento profundo. Para darle una oportunidad de
explayarse, la invité a caminar por el parque universitario.
Mientras yo recogía mis cosas y salíamos de la sala de
conferencias, ella conversaba con afabilidad, pero una vez que
salimos al gris mediodía de noviembre se volvió silenciosa y
meditativa.
Caminamos por un sendero desierto, donde el único sonido
era bajo nuestros pies, el crujido de las hojas caídas de los
sicomoros.
Melanie se detuvo para tocar con el pie un par de hojas en
forma de estrella, con sus puntas curvadas hacia arriba como
estrellas de mar secas, que dejaban al descubierto su pálido
reverso. Después de un momento, dijo suavemente:
-Mi madre no era alcohólica, pero por lo que usted dijo esta
mañana sobre la forma en que esa enfermedad afecta a una
familia, es como si lo hubiera sido. Era una enferma mental,
realmente muy loca, y eso finalmente la mató: Sufría profundas
depresiones, iba muchas veces al hospital, y a veces
permanecía allí mucho tiempo. Las drogas que utilizaban para
"curarla" sólo parecían empeorar su estado. En lugar de ser una
loca despierta, la convertían en una loca ida. Pero a pesar del
efecto de esas drogas, a la larga se las ingenió para que uno de
sus intentos de suicidio diera resultado. Si bien tratábamos de
no dejarla sola nunca, aquel día todos habíamos salido un rato.
Se ahorcó en el garaje. Mi padre la encontró.
Melanie meneó la cabeza con rapidez, como para dispersar
los oscuros recuerdos que se habían congregado en ella, y
prosiguió.
-Esta mañana oí muchas cosas con las que pude
identificarme, pero usted dijo en su conferencia que los hijos de
alcohólicos o de otros hogares disfuncionales con mucha
frecuencia eligen como pareja a un alcohólico o un adicto a
otras drogas, y eso no se aplica a Sean. A él no le gusta mucho
beber ni drogarse, gracias a Dios. Pero tenemos otros
problemas.
Apartó la vista, levantando el mentón.
-Por lo general puedo encargarme de todo -prosiguió,
bajando el mentón-, pero está comenzando a afectarme. -
Luego me miró de frente, sonrió y se encogió de hombros.- Me
estoy quedando sin comida, sin dinero y sin tiempo, eso es
todo.
Dijo eso como si fuera la culminación ingeniosa de un
chiste, a la que hubiera que reaccionar con diversión, sin
tomarlo en serio. Tuve que estimularla para que me diera
detalles, lo cual hizo en tono desapasionado.
-Sean se ha marchado otra vez. Tenemos tres hijos: Susie,
de seis años; Jimmy, de cuatro, y Peter, que tiene dos y medio.
Estoy trabajando parte del tiempo como empleada en un
hospital, trato de conseguir mi título de enfermera y de mantener la casa. En general Sean cuida a los niños cuando no
está en la escuela de arte, o cuando no se ha marchado.
Dijo esto último sin una pizca de amargura.
-Nos casamos hace siete años. Yo tenía diecisiete y
acababa de terminar la escuela secundaria. El tenía
veinticuatro, hacía algunos trabajos como actor y estudiaba
parte del tiempo. Yo solía ir a su apartamento los domingos y
les cocinaba aquellos verdaderos festines. Yo era su chica de
los domingos por la noche. Los viernes y sábados él tenía
alguna actuación o salía con otra persona. De todos modos,
todos me querían en ese apartamento. Mis comidas eran lo
mejor que les pasaba en toda la semana. Solían bromear con
Sean, diciéndole que debería casarse conmigo y dejar que yo lo
atendiera. Creo que a él le gustó la idea porque eso fue lo que
hizo. Me pidió que me casara con él y, por supuesto, acepté. Yo
estaba encantada. Era tan apuesto. ¡Mire! -Abrió su bolso y
sacó un pequeño estuche de fotografías. La primera era de
Sean: ojos oscuros, pómulos marcados y un mentón con un
hoyuelo profundo se combinaban en un rostro meditativo y
atractivo. Era una versión de tamaño pequeño de lo que parecía
una fotografía tomada para publicidad de un actor o un modelo.
Le pregunté, si lo era, y Melanie confirmó que sí y nombró a un
famoso fotógrafo que había hecho el trabajo.
-Parece un perfecto Heathcliff -observé, y ella asintió con
orgullo.
Miramos las otras fotografías, que mostraban a tres niños
en diversas etapas de su desarrollo: gateando, empezando a
caminar, soplando velitas de cumpleaños. Con la esperanza de
ver una fotografía menos en pose de Sean, comenté que él no
aparecía en ninguna de las fotografías de los niños.
-No, por lo general él las toma. Tiene bastantes
antecedentes en fotografía, además de actuación y arte.
-¿Trabaja en alguno de, esos campos? -pregunté.
-Bueno, no. Su madre le envió un poco de dinero, así que
volvió a marcharse a Nueva York, para ver qué oportunidades
encuentra allá.
La voz de Melanie bajó en forma casi imperceptible. Dada
su evidente lealtad a Sean, yo habría esperado verla más
esperanzada con respecto a ese viaje a Nueva York. Al ver que
no era así, le pregunté:
-Melanie, ¿qué sucede?
Con los primeros indicios de queja, respondió:
-El problema no es nuestro matrimonio. Es su madre.
Siempre le envía dinero. Cada vez que él está a punto de
establecerse con nosotros, o que, para variar, está asentándose
en un empleo, ella le envía un cheque y entonces él se marcha.
Ella no sabe decirle que no. Si tan sólo dejara de enviarle
dinero estaríamos bien.
- ¿Y si nunca deja de hacerlo?
-Entonces Sean tendrá que cambiar. Haré que vea cuánto
nos está lastimando. -Aparecieron lágrimas en sus pestañas
oscuras.- Tendrá que rechazar sus ofrecimientos de dinero.
-Melanie, eso no parece demasiado probable por lo que me
dices.
Levantó la voz y habló con más decisión.
- Ella no va a arruinar esto. El cambiará.
Melanie encontró una hoja especialmente grande y en sus
siguientes pasos la pateó, observando cómo se desintegraba
delante de ella. Esperé unos momentos y luego pregunté:
- ¿Hay algo más?
Aún pateando la hoja, Melanie respondió:
-El ha ido a Nueva York muchas veces y cuando está allá ve
a otra persona.
Volvía a hablar en voz baja y desapasionada.
- ¿Otra mujer? -pregunté, y Melanie apartó la vista al
asentir-. ¿Cuánto tiempo hace que la ve?
-Oh, hace años, en realidad. -En ese punto Melanie se
encogió de hombros.- Comenzó con mi primer embarazo. Yo
casi no lo culpaba. Yo estaba tan enferma y me sentía tan mal,
y él estaba tan lejos...
Era asombroso, pero Melanie asumía la culpa por la
infidelidad de Sean, además de la carga de mantener a él y a
sus hijos mientras él probaba distintas ocupaciones. Le
pregunté si alguna vez había pensado en divorciarse.
-De hecho, nos separamos una vez. Es tonto decirlo,
porque estamos separados todo el tiempo, en la forma en que
él se ausenta. Pero una vez le dije que quería separarme, más
que nada para darle una lección, y entonces estuvimos
realmente separados unos seis meses. El seguía llamándome y
yo le enviaba dinero cuando lo necesitaba, si tenía alguna
oportunidad y necesitaba algo para mantenerse hasta entonces.
¡Inclusive conocí a otros dos hombres! -Melanie parecía sorprendida de que otros hombres se interesaran en ella.- Los
dos eran buenos con los niños, y cada uno quería ayudarme en
la casa, arreglar lo que no andaba e incluso comprarme
pequeñeces que yo necesitaba. Era agradable que me trataran
así. Pero en realidad yo no sentía nada por ellos. Nunca pude
volver a sentir nada como la atracción que aún sentía por Sean.
Por eso, a la larga, volví a él. -Sonrió.- Entonces tuve que
explicarle por qué en casa todo estaba en tan buen estado.
Habíamos llegado a la mitad del parque y yo quería saber
más acerca de la niñez de Melanie, comprender las experiencias
que la habían preparado para las penurias de su situación
actual.
-Cuando te recuerdas como niña, ¿qué ves? -le pregunté, y
ella frunció el ceño al recordar.
- ¡Oh, es muy gracioso! Me veo con el delantal de cocina,
de pie sobre un taburete frente a la cocina, revolviendo una
cacerola. Yo era la tercera de cinco hijos y tenía catorce años
cuando murió mi madre, pero empecé a cocinar y a limpiar
mucho tiempo antes, porque ella estaba muy enferma. Después
de un tiempo, ella no salía nunca de la habitación trasera. Mis
dos hermanos mayores consiguieron trabajo después de
terminar la escuela para ayudar a mantener la casa, y yo me
convertí en una especie de madre para todos. Mis dos
hermanas eran tres y cinco años menores que yo, así que casi
todo el trabajo de la casa dependía de mí. Pero nos
arreglábamos bien. Papá trabajaba y hacía las compras. Yo
cocinaba y limpiaba. Hacíamos todo lo que podíamos. El dinero
siempre escaseaba, pero nos arreglábamos. Papá trabajaba
muchísimo, y a menudo tenía dos empleos. Por eso pasaba
mucho tiempo fuera de casa. Creo que en parte lo hacía porque
era necesario, y en parte para evitar ver a mi madre. Todos la
evitábamos cuanto podíamos. Ella era muy difícil.
"Mi padre volvió a casarse cuando yo estaba por terminar la
escuela secundaria. Las cosas enseguida se volvieron más
fáciles porque su nueva esposa también trabajaba y tenía una
hija de la misma edad que mi hermana menor, que por
entonces tenía doce años. Todo comenzó a ir bien. El dinero no
era tanto problema. Papá era mucho más feliz. Por primera vez
había suficiente para todos.
-¿Qué sentiste cuando murió tu madre? -le pregunté.
La mandíbula de Melanie se endureció.
- La persona que murió no había sido mi madre en muchos
años. Era otra persona: alguien que dormía o gritaba y causaba
problemas. La recuerdo cuando aún era mi madre, pero muy
vagamente. Tengo que evocar a alguien que era suave, dulce y
que nos cantaba mientras trabajaba o jugaba con nosotros.
¿Sabe? Era irlandesa y cantaba canciones muy melancólicas...
De todos modos, creo que cuando murió nos sentimos
aliviados. Pero yo también me sentía culpable de que, quizá, si
la hubiese entendido mejor o querido más ella no se habría
enfermado tanto. No pienso en ello si puedo evitarlo.
Nos estábamos acercando a mi destino, y en los instantes
que nos quedaban esperaba ayudar a Melanie a tener por lo
menos un vistazo del origen de sus problemas en el presente.
- ¿Ves alguna similitud entre tu vida cuando niña y ahora? -
le pregunté.
Melanie rió, incómoda.
-Más que nunca, sólo al hablarlo ahora. Veo cómo aún sigo
esperando (que Sean venga a casa, tal como esperaba a mi
padre cuando no estaba) y me doy cuenta de que nunca culpo
a Sean por lo que hace porque sus ausencias están mezcladas
en mi mente con las de mi padre, cuando se marchaba para
poder mantenemos a todos. Veo que no es lo mismo, y sin
embargo siento lo mismo al respecto, como si yo debiera
simplemente aprovechar la situación al máximo posible.
Hizo una pausa y entrecerró los ojos como para ver mejor
los patrones que se desplegaban ante ella.
-Oh, y yo sigo siendo la pequeña y valiente Melanie, la que
se encarga de todo, la que revuelve la cacerola en la cocina, la
que atiende a los niños. -Sus mejillas adquirieron un tono
rosado al reconocerlo.- Entonces es verdad lo que usted dijo en
su conferencia sobre los niños como lo fui yo. ¡Sí buscamos
personas con quienes podamos jugar los mismos roles que
cuando estábamos creciendo!
Al despedirnos, Melanie me abrazó con fuerza y dijo: -
Gracias por escucharme. Creo que sólo necesitaba hablar un
poco sobre todo esto. Y lo entiendo mejor, pero no estoy lista
para darme por vencida... ¡aún no! -Su ánimo había mejorado
visiblemente al decir, otra vez con el mentón levantado:-
Además, Sean sólo necesita crecer. Y lo hará. Tiene que
hacerlo, ¿no cree?
Sin esperar una respuesta, dio media vuelta y echó a andar
sobre las hojas caídas.
En verdad, la comprensión de Melanie era ahora más
profunda, pero había muchas otras similitudes entre su niñez y
su vida actual que permanecían fuera, de su conciencia.
¿Por qué una joven tan brillante, atractiva, enérgica y
capaz como Melanie necesitaría una relación tan cargada de
dolor y penurias como la que tenía con Sean? Porque para ella
y para otras mujeres que han crecido en hogares
profundamente infelices, donde las cargas emocionales eran
demasiado pesadas y las responsabilidades demasiado grandes,
para estas mujeres lo agradable y lo desagradable se han
confundido y mezclado hasta llegar a ser una misma cosa.
Por ejemplo, en el hogar de Melanie, la atención de los
padres era insignificante debido a la dificultad general para
manejar la vida mientras la familia intentaba salir adelante con
la desintegración de la personalidad de la madre. Los esfuerzos
heroicos de Melanie para encargarse de la casa se veían
recompensados con lo más cercano al amor que ella
experimentaría: la agradecida dependencia de su padre con
respecto a ella. Los sentimientos de miedo y de sobrecarga que
serían naturales en una criatura en tales circunstancias se veían
eclipsados por su sentido de competencia, que surgía de la
necesidad de su padre de que lo ayudara y de la incapacidad de
su madre. ¡Qué duro para una criatura ser tratada como
alguien más fuerte que un progenitor e indispensable para el
otro! Ese rol en su niñez formó la identidad de Melanie como
una salvadora que podía elevarse por sobre las dificultades y el
caos y rescatar a quienes la rodeaban con su coraje, su
fortaleza y su indómita voluntad.
Este complejo de salvación parece más saludable de lo que
es. Si bien es loable ser fuerte en una crisis, Melanie, al igual
que otras mujeres de antecedentes similares, necesitaba las
crisis para poder funcionar. Sin alboroto, tensiones o una
situación desesperada de la cual encargarse, los sentimientos
de sobrecarga emocional latentes desde la niñez saldrían a la
superficie y se volverían demasiado amenazadores. Cuando
niña, Melanie fue la ayudante de su padre, al tiempo que hacía
las veces de madre de los demás niños. Pero ella también era
una criatura que necesitaba a sus padres, y dado que su madre estaba demasiado alterada mentalmente y su padre era
demasiado inaccesible, sus propias necesidades quedaron
insatisfechas. Los otros niños tenían a Melanie para regañarlos,
preocuparse por ellos y cuidarlos. Melanie no tenía a nadie. No
sólo le faltaba su madre; también tuvo que aprender a pensar y
actuar como un adulto: No había lugar ni tiempo para expresar
su propio pánico, y pronto esa misma falta de oportunidad para
tomar su turno emocionalmente comenzó a parecerle correcta.
Si fingía ser adulta durante el tiempo suficiente, podría
ingeniárselas para olvidar que era una niña asustada. Pronto
Melanie no sólo funcionaba bien en el caos, sino que llegó a
necesitarlo para poder vivir. La carga que llevaba sobre sus
hombros la ayudaba a evitar su propio pánico y su dolor. La
abrumaba y le daba alivio al mismo tiempo.
Más aun, el sentido de valor que ella desarrolló era el
resultado de haber cargado con responsabilidades que
sobrepasaban su capacidad de niña. Ganó aprobación
trabajando duro, atendiendo a los demás, y sacrificando sus
propias necesidades. Fue así como el martirio también llegó a
formar parte de su personalidad y se combinó con su complejo
de salvadora para hacer de Melanie un verdadero imán para
alguien que implicara problemas, alguien como Sean. Debido a
las inusuales circunstancias de su niñez, lo que de otra manera
habrían sido sentimientos y reacciones normales se exageraron
peligrosamente en Melanie. Resultará útil hacer un breve
repaso de algunos aspectos importantes del desarrollo infantil a
fin de entender mejor las fuerzas que estaban en juego en la
vida de Melanie.
Para los niños que crecen en una familia nuclear, es natural
tener fuertes deseos de deshacerse del progenitor de su mismo
sexo para poder tener al amado progenitor del sexo opuesto
sólo para ellos. Los niñitos varones desean de corazón que
papá desaparezca para tener todo el amor y la atención de
mamá. Y las niñitas sueñan con reemplazar a su madre como la
esposa de papá. La mayoría de los padres han recibido
"propuestas" de sus hijos del sexo opuesto que expresan este
anhelo. Un varón de cuatro años dice a su madre: "Cuando sea
grande me casaré contigo, mami." O una niña de tres años dice
a su padre: "Papi, tengamos una casa tú y yo solos, sin mami."
Estos anhelos muy normales reflejan algunos de los
sentimientos más fuertes que experimenta una criatura. Sin embargo, si algo llegara a ocurrir al rival envidiado y eso
ocasionara un daño o la ausencia de ese progenitor en la
familia, el efecto sobre la criatura sería devastador.
Cuando en una familia así la madre sufre alteraciones
emocionales, enfermedades físicas graves o crónicas,
alcoholismo o drogadicción (o si está ausente física o
emocionalmente por cualquier otro motivo), entonces la hija
(por lo general la hija mayor, si hay dos o más) es elegida casi
invariablemente para suplir el puesto vacante debido a la
enfermedad o la ausencia de la madre. La historia de Melanie
ejemplifica los efectos de tal "ascenso" en una niña. Debido a la
presencia de una enfermedad mental debilitante en su madre,
Melanie heredó el puesto de jefe femenino de la casa. Durante
los años en que su identidad estaba en formación, ella fue, en
muchos aspectos, la compañera de su padre más que su hija.
Al discutir y organizar los problemas de la casa, funcionaban
como equipo. En cierto sentido, Melanie tenía a su padre para
ella sola porque tenía con él una relación que era
profundamente diferente de la que tenían con él sus hermanos.
Era casi su par. Además, durante varios años, ella fue mucho
más fuerte y estable que su madre enferma. Eso significó que
los deseos infantiles normales de Melanie de tener a su padre
para ella sola se cumplieron, pero a costa de la salud de su
madre y, finalmente, de la vida de ésta.
¿Qué sucede cuando los deseos infantiles de librarse del
progenitor del mismo sexo y de obtener al progenitor del sexo
opuesto para uno solo se cumplen? Hay tres consecuencias
extremadamente poderosas, que determinan el carácter y
obran en forma inconsciente.
La primera es la culpa.
Melanie se sentía culpable al recordar el suicidio de su
madre y su propia incapacidad de evitarlo, la clase de culpa que
se experimenta en forma consciente y que cualquier miembro
de la familia siente naturalmente ante una tragedia así. En
Melanie, esa culpa consciente se vio exacerbada por su
superdesarrollado sentido de la responsabilidad por el bienestar
de todos los miembros de su familia. Pero además de esta
pesada carga de culpa consciente, ella llevaba otra carga más
pesada aun.
El cumplimiento de sus deseos infantiles de tener a su
padre para ella sola produjo en Melanie una culpa inconsciente además de la culpa consciente que sentía por no haber podido
salvar a su madre mentalmente enferma del suicidio. Esto, a su
vez, generó un impulso de compensación, una necesidad de
sufrir y soportar penurias a modo de expiación. Esta necesidad,
combinada con la familiaridad de Melanie con el rol de mártir,
creó en ella algo cercano al masoquismo. Había bienestar, si no
verdadero placer, en su relación con Sean, con todo su dolor,
soledad y abrumadora responsabilidad inherentes.
La segunda consecuencia son los sentimientos
inconscientes de incomodidad ante las implicaciones sexuales
del hecho de tener al progenitor deseado para uno mismo.
Comúnmente, la presencia de la madre (o, en estos días de
divorcios frecuentes, la de otra compañera o pareja sexual para
el padre, como una madrastra o novia) proporciona seguridad
tanto al padre como a la hija. La hija está en libertad de
desarrollar un sentido de sí misma como alguien atractivo y
amado a los ojos de su padre, y al mismo tiempo sentirse
protegida de un cumplimiento abierto de los impulsos sexuales
que inevitablemente se generan entre ellos, por la fuerza del
vínculo de su padre con una mujer adulta adecuada.
Entre Melanie y su padre no se desarrolló una relación
incestuosa, pero dadas las circunstancias bien podría haber
sucedido. La dinámica que operaba en su familia está presente
con mucha frecuencia cuando se desarrollan relaciones
incestuosas entre padres e hijas. Cuando una madre, por el
motivo que fuere, abdica de su rol apropiado como pareja de su
esposo y madre de sus hijos, y provoca el ascenso de una hija
a ese puesto, está obligando a su hija no sólo a asumir sus
responsabilidades sino también la expone al riesgo de
convertirse en objeto de los impulsos sexuales de su padre. (Si
bien aquí se podría interpretar que toda la responsabilidad es
de la madre, en realidad el hecho de que haya incesto es
completa responsabilidad del padre. Esto se debe a que, como
adulto, es su deber proteger a su hija en lugar de usarla para
su propia gratificación sexual.)
Por otro lado, aun cuando el padre nunca encare a su hija
sexualmente, la falta de un vínculo fuerte entre los padres y la
asunción por parte de la hija del rol materno en la familia
sirven para acrecentar los sentimientos de atracción sexual
entre padre e hija. Debido a su relación estrecha, es probable
que la hija tenga una conciencia incómoda de que el interés especial de su padre por ella tiene ciertos matices sexuales. O
bien la inusual accesibilidad emocional del padre puede hacer
que la hija concentre en él sus nacientes sensaciones sexuales
más de lo que lo haría en circunstancias normales. En un
esfuerzo por evitar la violación, aun en pensamiento, del
poderoso tabú del incesto, tal vez ella se insensibilice a la
mayoría o incluso a todos sus sentimientos sexuales. La
decisión de hacerlo, nuevamente, es inconsciente, una defensa
contra el más amenazador de los impulsos: la atracción sexual
hacia un progenitor. Como es inconsciente, esta decisión no se
examina ni se revierte con facilidad.
El resultado es una joven que puede sentirse incómoda con
cualquier sentimiento sexual, debido a las inconscientes
violaciones del tabú que se asocian con ellos. Cuando esto
sucede, la atención maternal puede ser la única forma inocua
de expresar amor.
La forma principal en que Melanie se relacionaba con Sean
consistía en sentirse responsable por él. Hacía mucho tiempo
que eso se había convertido en su manera de sentir y expresar
amor.
Cuando Melanie tenía diecisiete años, su padre la
"reemplazó" por su nueva esposa, un matrimonio que ella,
aparentemente, recibió con alivio. El hecho de que sintiera tan
poca amargura por la pérdida de su rol en el hogar quizá se
haya debido, en gran parte, a la aparición de Sean y sus
compañeros de cuarto, para quienes Melanie realizaba muchas
de las mismas funciones que había llevado a cabo antes en su
casa. Si esa situación no hubiera llegado a convertirse en un
matrimonio con Sean, Melanie podría haberse enfrentado a una
profunda crisis de identidad. Pero no fue así; Melanie quedó
embarazada de inmediato y así volvió a recrear su rol de
encargada, mientras Sean cooperaba comenzando, al igual que
el padre de Melanie, a ausentarse gran parte del tiempo.
Ella le enviaba dinero aun mientras estaban separados,
compitiendo con la madre de Sean para ser la mujer que lo
cuidaba mejor. (Era una competencia que ya había ganado a su
propia madre, en relación con su padre.)
Durante su separación de Sean, cuando aparecieron en su
vida otros hombres que no necesitaban sus cuidados
maternales y que, de hecho, trataron de invertir los roles
ofreciéndole la ayuda que tanto necesitaba, no pudo relacionarse con ellos emocionalmente. Sólo se sentía cómoda
proporcionando atención.
La dinámica sexual de la relación de Melanie con Sean
nunca había proporcionado el poderoso vínculo entre ellos que
sí creaba la necesidad de Sean por la atención de Melanie. De
hecho, la infidelidad de Sean simplemente proporcionó a
Melanie otro reflejo de su experiencia infantil. Debido al avance
de su enfermedad mental, la madre de Melanie se convirtió en
una cada vez más vaga, apenas visible "otra mujer" que estaba
en la habitación trasera de la casa, emocional y físicamente
apartada de la vida y los pensamientos de Melanie. Melanie
manejaba su relación con su madre manteniendo la distancia y
evitando pensar en ella. Más tarde, cuando Sean se interesó
por otra mujer, ésta también era alguien vago y distante, a
quien Melanie no percibía como una verdadera amenaza a lo
que era, al igual que su anterior relación con su padre, una
sociedad algo asexual pero práctica. No olvidemos que el
comportamiento de Sean no carecía de precedentes. Antes de
se casaran, su patrón establecido de conducta había consistido
en buscar la compañía de otras mujeres al tiempo que permitía
que Melanie se ocupara de sus necesidades prácticas, menos
románticas. Melanie lo sabía y, aun así, se casó con él.
Después del matrimonio, ella inició una campaña para
cambiarlo mediante la fuerza de su voluntad y su amo. Esto nos
lleva a la tercera consecuencia del cumplimiento de los deseos
y fantasías infantiles de Melanie: su creencia en su propia
omnipotencia.
Los niños normalmente creen que ellos, sus pensamientos y
sus deseos tienen un poder mágico y que son la causa de todos
los acontecimientos significativos de su vida. Comúnmente, sin
embargo, aun cuando una niñita desee con ardor ser la pareja
de su padre para siempre, la realidad le enseña que eso no es
posible. Le guste o no, a la larga debe aceptar el hecho de que
la pareja de su padre es su madre. Es una gran lección en su
joven vida: aprender que ella no siempre puede lograr,
mediante el poder de su voluntad, lo que más desea. En efecto,
esta lección contribuye mucho a deshacer su creencia en su
propia omnipotencia y la ayuda a aceptar las limitaciones de su
voluntad personal.
En el caso de la joven Melanie, sin embargo, ese poderoso
deseo se cumplió. En muchos aspectos ella reemplazó a su madre. Aparentemente por los poderes mágicos de sus deseos
y su voluntad, ella ganó a su padre para sí misma. Luego, con
una impertérrita creencia en el poder de su voluntad para
provocar lo que deseara, se vio atraída a otras situaciones
difíciles y emocionalmente intensas, las cuales también intentó
cambiar por arte de magia. Los desafíos que más tarde
enfrentó sin quejas, armada sólo con su voluntad -un marido
irresponsable, inmaduro e infiel, la carga de criar tres hijos
virtualmente sola, severos problemas económicos y un exigente
programa de estudios además de un trabajo por tiempo parcial-
fueron prueba de ello.
Sean proporcionó a Melanie un personaje perfecto para
realzar sus esfuerzos de cambiar a otra persona a través del
poder de su voluntad, tal como él satisfacía las otras
necesidades fomentadas por el rol pseudo-adulto de Melanie en
su niñez, en el hecho de que le daba amplias oportunidades de
sufrir y soportar, y de evitar la sexualidad mientras ejercía su
predilección por la atención y el cuidado de su familia.
A esta altura debe estar bien claro que Melanie no fue, de
ninguna manera, una víctima infortunada de un matrimonio
infeliz todo lo contrario. Ella y Sean satisfacían todas las
necesidades psicológicas mutuas más profundas.
Era una pareja perfecta. El hecho de que los obsequios
monetarios oportunos de la madre de Sean constituyeran un
conveniente impedimento para cualquier impulso hacia el
crecimiento o la madurez era realmente un problema para ese
matrimonio, pero no, como prefería verlo Melanie, El Problema.
Lo que en realidad funcionaba mal era el hecho de que se
trataba de dos personas cuyos patrones inadecuados de vida y
cuyas actitudes hacia la vida, si bien no eran de ningún modo
idénticos, se complementaban tan bien que, de hecho, se
capacitaban mutuamente para seguir siendo infelices.
Imaginemos a los dos, Sean y Melanie, como bailarines en
un mundo en que todos bailan y crecen aprendiendo sus rutinas
individuales. Debido a acontecimientos y personalidades
particulares y, más que nada, al aprender los bailes que se
realizaron con ellos durante toda su niñez, tanto Sean como
Melanie desarrollaron un repertorio único de gestos,
movimientos y pasos psicológicos.
Un buen día se conocieron y descubrieron que sus estilos
distintos de bailar, al hacerlo juntos, se sincronizaban mágicamente en un dúo exquisito, un perfecto pas de deux de
acción y reacción. Cada movimiento que hacía uno se veía
correspondido por el otro, lo cual daba como resultado una
coreografía que permitía que sus estilos fluyeran sin
interrupción, girando una y otra vez.
Cada vez que Sean se desligaba de una responsabilidad,
ella se apresuraba a asumirla. Cuando ella reunía para sí todas
las cargas de criar a su familia, él se marchaba con una pirueta,
proporcionándole lugar de sobra para ocuparse del cuidado.
Cuando él buscaba otra compañía femenina en el escenario,
ella suspiraba con alivio y apresuraba su danza para distraerse.
Mientras él se alejaba bailando y salía del escenario, ella
realizaba un perfecto paso de espera. Girando una y otra vez...
Para Melanie, a veces era un baile excitante, a menudo
solitario; ocasionalmente, era avergonzante o agotador. Pero lo
último que deseaba era detener el baile que conocía tan bien.
Los pasos, los movimientos, todo le parecía tan bien que estaba
segura de que ese baile se llamaba amor.
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